Eres electricidad

La probabilidad de que una tormenta eléctrica te fría es de una entre tres millones. Aquella tarde, de vuelta a casa, elegí, de entre todas las rutas posibles, la del 0,000033%. Una suma de lugares y momentos erróneos. Quizá si hubiera vuelto una hora antes, … Continúa leyendo Eres electricidad

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Yo, mi, me, conmigo

De pequeña soñabas con viajar; pisar fuerte en la que, qué duda cabía, sería la mejor oficina del mundo; rodearte de amigas 24/7 divertidas; pasear de la mano de alguien que besase el suelo descrito por tus tacones de marca e infarto.

De adolescente calzaste destrozapies de Marypaz, rompiste mil y una medias del Día, luciste más culo que falda.

Dedicaste besos (mayoritariamente decepcionantes) a quien, en el mejor de los casos, te dedicaría un «¡qué buena estás!»; confundiste el sabor dulce y el amargo en tus noviazgos de mes y medio; desvirtuaste del uso los ‘te quiero’.

Tú y tus amigas contratasteis un sentido del rídiculo extremista, despidiendo a vuestras ya moderadas autoestimas. Una valla. «La vas a tirar». Un espejo. «Qué fea soy». Nocilla. «Voy a engordar». 

Y así, ¿cómo esperas que piense en mi futuro mamá? ¿cómo esperas que me concentre en la historia del s.XVIII, la literatura del s.XIX o la física del s.XX? ¿crees que van a arreglar estas continuas ganas de llorar?

De joven, tienes dos opciones: prologar tu adolescencia, y consecuente sufrimiento, de forma indefinida o aliear tus prioridades según el principio: «yo, mi, me, conmigo«. Es decir: 

– ¿Quien va primero? Yo.

– ¿Qué va primero? Mi presente y mi futuro.

– ¿Cómo hacer que vaya primero? Queriéndome.

Y repite cada mañana: ¡mis sueños están sólo conmigo!

Sentada y muerta de frío

Llegó el verano. Con todo lo que acostumbraba a traer consigo: calor, vacaciones y risas. Y, esta vez, con algo más. Con alguien más. 
Sin confianza. Sin expectativas. Y como suelen llegar las mejores historias, sin esperarlas. Así, me fue ganando.

Esta vez podía ser diferente. Quizás sobrevivir el fin del verano. Con suerte, con mucha suerte, pero ¿por qué no?

El otoño trajo consigo lo que le faltó al verano: confianza, expectativas, esperanzas. Puse de anfitriona a mi fé ciega para recibir la llegada del invierno.

Pero llegó diciembre, y con él el frío. El invierno volvió a no perdonar, arrasó con las últimas trazas de verano. Y ahí me quedé, sentada y muerta de frío.